Brecha en Bidart: Crónica de la Caída de la Cúpula, 1992
Relato novelado de la operación militar conjunta hispano-francesa que desmanteló la dirección de ETA, simbolizando la unidad europea contra el terror separatista.
Operación Bidart: El golpe que rompió el santuario
En 1992, la Operación Bidart marcó un hito en la lucha antiterrorista europea. Esta acción conjunta entre la Guardia Civil española y las unidades élite francesas (RAID y GIGN) capturó a la cúpula de ETA en su "santuario" francés, rompiendo años de impunidad. Inspirado en hechos reales, este relato novelado evoca la disciplina militar, la alianza entre naciones y el simbolismo de una "cadena inquebrantable" que une a Europa contra sus amenazas internas. Una epopeya moderna de soberanía y victoria compartida.
☰ Capítulo I: Sombras en la Frontera: El Santuario Amenazado.
En la primavera de 1992, la zona vascófona de Francia, con sus colinas verdes y pueblos tranquilos, ocultaba un secreto que pesaba como una sombra sobre España. Durante años, esta región fronteriza había servido de refugio para los líderes de ETA, un grupo armado que, desde su base en el sur de Francia, planeaba atentados y coordinaba operaciones contra el pueblo español. La frontera, que unía dos naciones aliadas, se había convertido en una barrera permeable para los terroristas: un "santuario" donde se sentían seguros, protegidos por una antigua reticencia francesa a intervenir con dureza. Pero los tiempos estaban cambiando. La colaboración entre la Guardia Civil española y las fuerzas policiales galas, impulsada por acuerdos bilaterales y una creciente presión diplomática, empezaba a erosionar esa impunidad.
Todo comenzó con una carta interceptada, un hilo frágil pero revelador. En diciembre de 1991, los servicios de inteligencia española detectaron un mensaje codificado de un preso etarra en la cárcel de Ocaña. La carta, escrita en euskera para evadir sospechas, proponía un audaz plan de fuga usando un helicóptero y solicitaba apoyo logístico a la cúpula, detallando citas específicas en Francia con fechas, lugares y contraseñas. Podría haber dicho algo así:
Lagunak, Ocañatik ihes egiteko helikopteroa erabiltzeko plan bat daukat. Materiala, dokumentazio faltsua eta kanpoko laguntza behar ditut. Lehen hitzordua abenduaren 28an, Guetharyko elizan, arratsaldeko lauetan. Segurtasun ordurako, ordu bat geroago. Kontraseina: Zuk galdetu: Zu Jesus zara? Hark erantzun: Ez, Juan naiz. Lepoan zapia beltza eramango du. Pakito, erantzun azkar eta diskretuan. Euskal Herria askatu!
Traducción al español: "Compañeros, tengo un plan para fugarse de Ocaña usando un helicóptero. Necesito material, documentación falsa y ayuda externa. La primera cita el 28 de diciembre, en la iglesia de Guethary, a las cuatro de la tarde. De seguridad, una hora después. Contraseña: Tú pregunta: ¿Tú eres Jesús? Él contestará: No, soy Juan. Llevará un pañuelo negro al cuello. Pakito, responde rápido y discretamente. ¡Libertad para Euskal Herria!"
El remitente, un militante experimentado, solicitaba apoyo logístico a la cúpula de la banda, revelando involuntariamente pistas sobre sus movimientos. Los analistas de la Guardia Civil, trabajando en estrecha coordinación con sus homólogos franceses, empezaron a tejer una red de vigilancia. No era la primera vez que ETA intentaba algo así; ya en el pasado, fugas espectaculares habían fortalecido su mito de invencibilidad. Pero esta vez, la carta no era solo un plan: era una grieta en su endeble armadura.
El capitán al mando de la operación, un veterano de la lucha antiterrorista, reunió a su equipo en una sala discreta de San Sebastián.
"Esto no es una persecución rutinaria, estamos ante la oportunidad de golpear el corazón de la bestia. Pakito, Txelis y Fiti no son solo nombres; son el cerebro que dirige el terror desde Bidart. Si fallamos, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla podrían convertirse en escenarios de masacre."Les dijo con voz calmada, mientras desplegaba mapas y fotografías aéreas sobre la mesa. Los hombres asintieron en silencio, conscientes de la magnitud.
El capitán después de barajar varias opciones porfín arriesgo y casi en un murmullo como pensando en voz alta detalló cómo iban a desplazarse hasta allí sin ser detectados. "Nos moveremos en grupos pequeños, usando rutas secundarias y vehículos civiles anodinos: furgonetas de reparto, coches familiares con matrículas locales prestadas por colaboradores franceses. Nada de convoys militares; nos infiltraremos, mas bien seremos, como sombras en la niebla." Indicó en el mapa caminos rurales que serpenteaban por las colinas, evitando las carreteras principales vigiladas por posibles informantes de ETA. "Llevaremos indumentaria de civiles: pantalones vaqueros, chaquetas de lana gruesa para el frío primaveral, y botas de senderismo que pasen por calzado de excursionistas. Nada que delate nuestra procedencia; incluso los acentos se practicarán para sonar locales."
La ocultación de armas y dispositivos era crucial. "Las MP5 irán desmontadas en maletines de herramientas, envueltas en trapos grasientos para simular equipo de mecánicos. Las granadas aturdidoras, en mochilas de picnic, camufladas entre termos y bocadillos. Los micrófonos direccionales y prismáticos de largo alcance se esconderán en bolsas de deporte o maletas de viaje, listos para desplegarse en observatorios improvisados." Explicó cómo colaborarían con el ejército: "Usaremos empleos temporales de inteligencia militar para acceder a tecnología avanzada, como radios encriptadas y equipos individuales aéreos para el reconocimiento discreto. El Ejército nos ha garantizado que proporcionará apoyo logístico en la retaguardia, como transporte de equipo pesado disfrazado de suministros agrícolas, pero la vanguardia será nuestra: Guardia Civil y RAID francés, mano a mano."
La inteligencia indicaba que la cúpula se reunía en un caserío aislado, Xilocan, en las afueras de Bidart, un pueblo costero a pocos kilómetros de la frontera. Vigilancias previas habían confirmado movimientos sospechosos: vehículos que aparecían y desaparecían, reuniones breves en aparcamientos desiertos, y un chófer habitual, Philippe Lassalle, que actuaba como enlace. La colaboración con el ejército incluía préstamos de personal especializado en contrainsurgencia, como expertos en comunicaciones que se integrarían temporalmente en los equipos de la Guardia Civil para manejar interceptores de señales y asegurar que las transmisiones no fueran detectadas por ETA, de sobra conocida por su paranoia con la vigilancia.
☰ Capítulo II: La Red se Teje — Estrategia y Vigilancia.
Los primeros días de vigilancia fueron un ejercicio de paciencia quirúrgica. Se establecieron observatorios en viejas bordas pastoriles, reformadas con ventanas estrechas para ocultar prismáticos de 40 × aumentos; desde allí, agentes vestidos como senderistas anotaban matrículas y horarios en cuadernos impermeables. Al caer la tarde, releves discretos llegaban en bicicletas compradas en mercadillos locales: sin eco de motor, sin faros que delataren su posición. Mientras tanto, dos guardias con credenciales falsas de la Direction Départementale de l’Équipement inspeccionaban cunetas «en busca de grietas de drenaje», cuando en realidad instalaban sensores sísmicos del ejército —capaces de detectar el paso de un coche a quinientos metros— y pequeñas cámaras de infrarrojos camufladas en cajas nido de aves.
La operación dio un salto decisivo gracias a un soplo inesperado: una viuda francesa, apodada «La Dama», cuyo marido había sido víctima colateral en un robo de ETA años atrás. Rompió su silencio y se presentó en la gendarmería de Bayona con un dato preciso: «El conductor de los jefes compra pan todos los miércoles en la boulangerie de Guéthary, a las 07 : 30». Verificado el patrón, la información se cruzó con los sensores; a los veintitrés minutos de la hora señalada, las vibraciones confirmaron el paso de un Peugeot 505 gris, matrícula 64—RL—573. La matrícula figuraba a nombre de una tapadera societaria vinculada a Philippe Lassalle, chófer y correo personal de la cúpula.
A partir de entonces, cada desplazamiento de Lassalle fue seguido por equipos de tres vehículos: lanzadera, cola y corte. El corte —una furgoneta Volkswagen amarilla con logotipo de empresa ficticia de fontanería— llevaba una antena disimulada en el portaequipajes; captaba emisiones de radio codificadas en VHF, que eran reenviadas —ya descifradas— al centro de mando en San Sebastián. Allí, lingüistas militares analizaban los mensajes, separando los términos ordinarios de las claves. Cuando apareció la frase «mañana, kontalariak (narradores) al mediodía», los analistas supieron que se refería a una reunión: el término, «narradores», era código interno para designar encuentros de la dirección.
Paralelamente, el RAID y el GIGN practicaban asaltos nocturnos en una réplica a escala del caserío Xilocan construida con paneles móviles en una nave industrial cedida por el Ejército en Mont-de-Marsan. Simulaban entradas silenciosas con MP5SD (subfusil MP5SD silenciado) y granadas flash-bang (granadas aturdidoras), cronometrando cada paso: «Ruptura de puerta, cuatro segundos; neutralización de cocina, tres; aseguramiento de altillo, cinco». El objetivo era sorprender con mínimo ruido y cero disparos letales. «Capturas vivas; necesitamos sus archivos y, sobre todo, su desmoralización pública», repetía el coronel galo al terminar cada ejercicio. Los entrenamientos se centraban en técnicas de CQB (combate en espacios cerrados) —también llamado Close Quarters Battle (combate a corta distancia): avanzar "codo a pared", pegados a las superficies para minimizar siluetas expuestas, con cobertura mutua en formaciones de "pie en puerta" —uno abre mientras el otro cubre el ángulo ciego. Practicaban clearing room-by-room (limpieza habitación por habitación), lanzando flashbangs (granadas aturdidoras) para desorientar y usando espejos tácticos para inspeccionar esquinas sin exponerse. En escenarios con "rehenes" (agentes disfrazados), ensayaban rescates precisos, con tiradores selectivos cubriendo desde posiciones elevadas. La coordinación con la Guardia Civil incluía simulacros conjuntos, donde los españoles aportaban conocimiento de tácticas etarras, como trampas en puertas o escapes por sótanos, asegurando que el asalto real fuera un ballet letal de precisión y sorpresa.
El 25 de marzo, un equipo encubierto vio a Lassalle recoger a un pasajero en la RN-10, cerca de Anglet: hombre canoso, bigote recortado, cicatriz en la mejilla; coincidía con la ficha de Francisco Múgica Garmendia Pakito, jefe militar de ETA. «Es él», susurró el sargento a su micro-auricular mientras el Peugeot se perdía rumbo norte. Un dron militar—disfrazado de estudio topográfico— siguió el coche hasta Xilocan; las cámaras térmicas confirmaron tres figuras reunidas en el desván. El anillo estaba cerrado.
En la madrugada del 28 al 29, las líneas seguras Madrid-París ardieron de mensajes cifrados. El ministro español y el prefecto francés dieron luz verde a la fase final. El parte de inteligencia resumía: «Objetivo Xilocan: presencia confirmada de Pakito, Txelis y Fiti. Documentación sensible in situ. Riesgo de fuga elevado por proximidad a la A-63». A las 03 : 45, los grupos de asalto recibieron la contraseña de ejecución: «Expo». A las 04 : 00 empezaron a moverse los peones sobre el tablero, conscientes de que al amanecer del 29 de marzo la historia del terrorismo en España cambiaría para siempre[web:58].
☰ Capítulo III: La Infiltración — Ojos en la Sombra.
Antes de que el cielo clareara el 28 de marzo, cuatro vehículos “civiles” se detuvieron en un área de descanso al sur de Saint-Jean-de-Luz. Desde lejos parecían repartidores de pan, topógrafos y una pareja de jubilados, pero al abrir los portones traseros emergieron cajas Pelican con etiquetas falsas de “pièces de rechange agricoles”. Dentro: fusiles FN SCAR-L con ópticas térmicas, visores nocturnos AN/PVS-14 y nodos de radio Software-Defined conectados a baterías de litio ocultas en neveras portátiles. Cada agente revisó su check-list en voz baja: munición marcada con pintura luminiscente, esposas zip-tie, torniquetes CAT y ampollas de adrenalina para emergencias críticas.
A las 05 h, el anillo exterior quedó operativo. Un tirador selecto se encaramó a un campanario abandonado, calibró el viento con un anemómetro y fijó distancias con un telémetro láser Leica; su misión: vigilar el camino agrícola que conectaba Xilocan con la autopista A-63. A tres kilómetros, en un bosque de alerces, un equipo de guerra electrónica desplegó antenas de banda ancha —simuladas como estacas para viñedo— y comenzó a saturar las frecuencias de 433 MHz utilizadas por los avisos de alarma caseros. Cualquier transmisión de alerta quedaría atrapada en ruido blanco.
El ears-team (“equipo de oídos”) había trabajado la noche previa. Usando una retroexcavadora prestada por el ayuntamiento, fingieron reparar un canal de riego y aprovecharon para tender un micro-cable de fibra óptica hasta el muro trasero del caserío. Al adherir un sensor piezoeléctrico bajo una ventana, las vibraciones de las voces se transformaban en espectrogramas casi en tiempo real. A las 08 h 17m se oyó la primera frase nítida de Pakito: «Si cae Barcelona, seremos leyenda». El capitán, en el puesto de mando avanzado —una autocaravana Citroën Camel convertida en centro C2— cerró el puño en silencio: confirmación de objetivo prioritario.
Mientras tanto, dos operadores del RAID, vestidos con monos de fontanero y logotipos de “Plomberie Côte Basque”, llamaron a la puerta de una casa contigua alegando revisar el contador de agua. Desde la buhardilla de la vivienda obtuvieron vista directa a la puerta trasera de Xilocan. Colocaron una cámara pin-hole dentro de la rejilla del extractor de aire y enviaron la señal codificada a 5,8 GHz hacia un receptor oculto en una furgoneta aparcada entre árboles. En pantalla, los mandos vieron a Txelis revisar papeles y encender un cigarrillo: prueba fotográfica irrefutable para el dosier judicial.
A media mañana, los equipos de asalto realizaron un recorrido silencioso en un caserío abandonado a dos valles de distancia, idéntico en planta al verdadero. Practicaron de nuevo las tácticas más básicas: “codo a pared” (pegados para reducir silueta) y la técnica de “ángulo suicida” —asomar solo el cañón y un ojo antes de entrar—. Cada sala se marcó con tiza: al gritar «¡NEGRO UNO!» el primer hombre entraba cruzando a la pared opuesta; «¡NEGRO DOS!» barría la esquina muerta. Al cronómetro, el recorrido completo bajó de 23 a 18 segundos tras cuatro repeticiones.
De vuelta al verdadero escenario, la orden era Espera Estática. La Guardia Civil desplegó binomios con HK USP en calibre .40, apostados entre muretes de piedra y setos de boj. El sargento Cifuentes, veterano de Inchaurrondo, repartió pastillas de menta para mantener la saliva y susurró: «Tensión coherente, corazón plano». Había aprendido que un pulso estable era la diferencia entre un disparo limpio y una bala perdida.
A las 19 h 26 m, el micrófono de fibra captó un cambio de tono: sillas arrastradas, pasos acelerados, puertas golpeadas. Los analistas concluyeron que la reunión había terminado y los jefes planificaban salida al amanecer. Era la ventana perfecta; si abandonaban Xilocan, el cerco rural perdería eficacia. El capitán tecleó un mensaje corto por canal cifrado Viper: «Prep. Expo-1 0500Z». El asalto quedaba fijado para las 06 h locales.
El sol se hundió detrás del monte Larrún mientras el fragor del Atlántico llegaba en ráfagas húmedas. Un tirador del GIGN cargó su rifle SCAR-H, giró la torre de elevación un cuarto de clic y apuntó al marco de la ventana del desván: punto de vista preferente de Fiti. «Viento cuatro nudos, dirección 280», murmuró al spotter. Luego, silencio. Las cigarras cesaron, como si la noche misma contuviera el aliento. Mañana, al alba, todo se decidiría.
☰ Capítulo IV: Amanecer de Fuego — El Asalto.
A las 05:10 del 29 de marzo, el silencio del caserío Xilocan sólo se rompía por el mugido lejano de las vacas en el prado. A trescientos metros, en un cobertizo abandonado, el capitán repasó la lista final de verificación: cargadores llenos al 90 % para evitar atascos, linternas con filtro rojo, férulas y vendas hemostáticas en los bolsillos de muslo. Las patrullas exteriores confirmaron que ningún vehículo había salido en la noche; el enemigo seguía dentro.
Dieciséis hombres formaban el equipo de irrupción. Ocho guardias civiles ocuparon el flanco sur con subfusiles MP5 y escudos balísticos; el RAID tomó el flanco norte con fusiles de precisión para cubrir ventanas. El GIGN reservó cuatro tiradores para contravigilancia en las lomas. Cada grupo se comunicaba por radios cifradas PR4G, limitadas a susurros para evitar saturación en la frecuencia.
05:28. El artificiero fijó una carga «oseta» —plastilina explosiva con cordón detonante— sobre la cerradura principal. Un leve destello anaranjado iluminó la madera, seguido del crujido seco que abrió la hoja sin desintegrarla: era vital mantener la estructura para que el humo no delatara la entrada. Un guardia lanzó de inmediato una granada aturdidora; el fogonazo blanco inundó el pasillo y un eco hueco rebotó contra las vigas ancestrales.
«¡Avanza uno!». El primer hombre cruzó a la pared opuesta, rodilla flexionada, cañón ligeramente bajo para evitar siluetearse en las ventanas. «¡Avanza dos!». Su compañero cubrió la esquina muerta con el punto de mira fijo en una puerta entreabierta. En la cocina, dos etarras —sorprendidos con café humeante— quedaron cegados; cayeron al suelo al sentir el golpe de la culata en los hombros. Bridas de nailon aseguraron muñecas al mismo tiempo que antebrazos cubrían por entero sus bocas para evitar que dieran la alarma; voces bajas ordenaron permanecer inmóviles.
En el desván, Pakito, Txelis y Fiti consultaban un mapa extendido sobre un viejo arcón. El capitán subió la escalera estrecha con paso felino, seguido de dos hombres. «Guardia Civil, tirad las armas». Pakito giró; su pistola Star aún en la funda. Al ver los cañones apuntándole al pecho, levantó las manos con un suspiro casi de alivio: entendió que cualquier resistencia significaba muerte segura.
Las primeras luces del alba bañaron el caserío cuando los peritos informáticos entraron con guantes de látex. Sobre la mesa hallaron disquetes y planos de la red viaria cerca de Barcelona; junto a ellos, una lista de matrículas de vehículos policiales. Todo se empaquetó en bolsas numeradas. Un oficial anotó: «Prueba 17: agenda con teléfonos franceses».
Para evitar curiosos, los detenidos salieron por la puerta trasera, esposados y con chaquetas sin insignias. Dos furgones sin distintivos les condujeron a la comisaría de Bayona; desde allí, un helicóptero Super Puma español los trasladaría a Madrid. El sol, ahora sobre el horizonte, revelaba los agujeros de los ganchos de escalada en la fachada y el olor a pólvora ligera floataba en el aire frío.
A las 07:12, el capitán transmitió el mensaje esperado: «Objetivo Alfa asegurado sin bajas propias ni disparos letales». En San Sebastián, un operador de radio exhaló profundo antes de teclear el parte al Ministerio: la operación Bidart había concluido. Entre los pinos que rodeaban Xilocan, sólo quedaba el rumor distante del Atlántico; la guerra seguía, pero aquel santuario ya no sería refugio.
☰ Capítulo V: La Victoria Silenciosa — España en Pie.
El 29 de marzo de 1992 amaneció con un silencio inusual. No hubo disparos, ni sirenas; sólo el zumbido de los helicópteros que, sobrevolando Bayona, trasladaban a Pakito, Txelis y Fiti, la cúpula entera de ETA capturada sin bajas propias. Las radios en España interrumpieron la programación: «¡Objetivo cumplido!». Bajo los balcones ondeaban banderas rojigualdas y la palabra que más se repetía era «justicia».
A mediodía, mientras los detenidos cruzaban la frontera custodiados por la Guardia Civil, los relojes de Barcelona marcaban la cuenta atrás para los Juegos Olímpicos. Las televisiones mostraron imágenes de atletas entrenando; sobreimpreso, un titular sencillo: «La amenaza se desvanece». En Sevilla, las grúas de la Exposición Universal izaban banderolas azules y blancas. España, por fin, podía presentarse al mundo sin el zumbido sordo del miedo
Dos días después, en San Sebastián, una corneta militar tocó “La muerte no es el final” frente al cuartel de Intxaurrondo. Rostros curtidos dejaron caer una sola lágrima: era por los compañeros caídos,no en esta operación, en todos los años en los que la banda terrorista había sometido a terror y fuego a la población española, por las viudas que aguardaban con la mesa puesta a maridos que nunca regresaron, por los huérfanos que crecieron más rápido de lo debido. El capitán, con la voz firme, juró ante la bandera:
«Cada paso que dimos en Bidart lo dimos por ellos. Seguiremos hasta que no quede ni sombra de terror en nuestra patria».
La prensa internacional calificó la operación como «el mayor golpe policial sufrido por ETA en su historia» Los analistas de seguridad señalaron que la banda perdió su capacidad directiva y la red logística quedó descabezada. La ofensiva planificada contra Barcelona y Sevilla se esfumó; los ciudadanos respiraron con alivio mientras las sedes diplomáticas felicitaban a Madrid y París por su cooperación ejemplar.
Esa mismo dia el Congreso de los Diputados , desplegó la carpa del circo y aprobó por unanimidad una declaración de reconocimiento a las fuerzas de seguridad. Diputados de todos los partidos se pusieron la careta de patriotas y en pie el aplauso retumbó en los muros de la Carrera de San Jerónimo como un latido unánime. Dijeron que no había colores políticos, sólo gratitud pero ese mismo dia empezó la apropiación política del mérito y años después las cabezas pensantes de esa banda criminal ,son los que dictan las leyes, se les olvidó cuando la fuente de Neptuno iluminada de rojo y gualda les recordaba que, pese a las heridas, la nación española seguía viva.
En la distancia, el caserío Xilocan permanecía vacío, sus paredes aún impregnadas del olor a pólvora ligera. La frontera ya no era santuario, y el eco de los nombres de los caídos se confundía con el rompeolas del Cantábrico. España miraba al futuro con esperanza renovada: había ganado algo más que una batalla; había recuperado la certeza de que, unida, ninguna amenaza podía quebrar su espíritu.